lunes, 23 de abril de 2012

El imperio de las cajas.


Se conocían hace ya más de cuatro años y tuvieron una amistad intensa y espontánea o quizá fue algo más, el caso es que conectaron muy bien e igual de rápida se produjo la desconexión.
Ella sola, desarraigada del lugar, él triste y viviendo más la noche que el día, ambos con el corazón roto, necesitados de cariño y con pánico al compromiso.
Fue intenso, se asomaron dentro el uno del otro y salieron corriendo cada uno en una dirección y no es que les disgustara lo que vieron es que tenían la firme decisión de estar solamente de paso.
Ahora, habían pasado ya cuatro inviernos, ella había comprado y vendido casa, el cansado de ir de hotel en hotel acababa de firmar su condena hipotecaria. Algo no había cambiado; seguían solos aunque el corazón de ambos era algo más fuerte.
Cuando entro el en la casa se sentó en el suelo, en la esquina del comedor y pensó que era demasiado grande y se pregunto como iba llenar todas esas habitaciones. Tuvo miedo.
Cuando acabo la mudanza, se vio sola y rodeada de cajas de todos los tamaños, liberada pero también asustada, miro el reloj y salió pitando a buscar a la persona que daba sentido a su vida. Más tarde las dos juntas darían orden y concierto a toda esa montaña de cartón para hacer algo parecido a un hogar.
Dejo la casa vacía y llegó a esa puerta siguiendo las instrucciones de un trocito de papel, llevaba al pato Donald y un CD de los payasos de la tele, respiro hondo y toco el timbre.
Ella abrió, estaba guapa, sonrío le beso y llamo a su hija ,detrás de unas cajas apareció la pequeña sonriendo para recibir sus regalos. Había cajas por todos los lados y ella abrió una para sacar el equipo y poner el CD. La niña sonreía y bailaba, ellos dos hablaban pero no se escuchaban y buscaban dentro de los ojos lo mismo que vieron al asomarse hace unos años.


La magia del circo ocupo el piso y lo transformo en “El imperio de las Cajas”, con la tenue iluminación de unas simples bombillas, palabras precipitadas, risas y ternura. El más complejo número de equilibrios hasta el final de la función para intentar ver si ese balcón seguía teniendo las mismas vistas. El maestro de ceremonias reinaba en la pista junto al pato Donald.
Al marcharse, estaba contento, no pensaba en el futuro solo sabía que nunca volvería allí porqué eso no era un hogar y puestos a elegir prefería vivir en el suyo e irlo llenando poco  a poco.
Lo pase bien, las llamare para que vengan a bailar a mi nueva casa allí tenemos más sitio sin tanta caja.

miércoles, 18 de abril de 2012

Amor Kamikaze


Recuerdo aquellas tardes de domingo cuando te recogía en la puerta de casa para andar hacía allí. El ritual siempre era muy parecido, primero; una serie de reivindicaciones y quejas inconexas en el que se mezclaban varios destinatarios: padres, hermanos, profesores, amigos y el que pasará por nuestra vida en ese momento. Una especie de desahogo mezclado con un alegato de protesta preguntándonos porqué las cosas tenían que ser así, si para nosotros estaba claro que no debían de ser de ese modo.
Daba igual quien empezará primero, el otro escuchaba y asentía con visibles gestos de empatía, solo en muy raras ocasiones; corregía. Con paciencia, esperaba su turno y lo aprovechaba para “vomitar” su rechazo a lo que nos tocaba vivir. No había nada de política, si algo de música, no tomábamos partido por nada ni por nadie, simplemente protestábamos y creíamos firmemente el uno en el otro.
Que importante era ese rato, como reconfortaba el llegar por fin a puerto, encontrar a alguien que compartía todo mi interior, que hacía suyo todo ese caos que reinaba dentro de mi cuerpo alterado por ese baile hormonal tan avasallador y puro.
Después de alcanzar la total empatía, solo quedaba buscarnos, con los ojos, con las manos, con la boca. Unirnos, con una pasión desmedida, más allá de lo sexual. Habíamos  encontrado un sitio seguro y tranquilo, a salvo de ese carrusel de acontecimientos, incertidumbres e inseguridades que era la adolescencia.
No podíamos parar de besarnos ni un momento porque en realidad lo que buscábamos  era la unión total. Entrar dentro de ti o tu de mi, que más da, el caso era hacernos uno.
Nadie pasaba los domingos por la tarde por ese banco, el nuestro, el primer nido de amor y daba igual que no tuviera luz o hiciera frío. Nunca más he sentido a nadie de esa manera, éramos tan generosos, tan arriesgados, tan imprudentes que confiábamos ciegamente el uno en el otro. Platón nos velaba y por una vez su amor fue real. Nunca más un amor puede ser real, después de un primer final.


Pasaba el tiempo y solo nos despegábamos para mirar el reloj, igual de juntos, dejábamos  nuestra “morada”, abrazados y tristes nos dirigíamos a tu portal. Allí, una despedida larga, como si uno de los dos partiera a la emigración o al exilio y multitud de “últimos besos”.
Sólo en el Metro, pensaba en todo lo que no te había dicho y nada más llegar a casa sonaba el teléfono o te llamaba y charlábamos largo rato de todo, acabando con varias despedidas, nadie quería colgar. Esta tercera fase era para  hablar de cosas más normales y cotidianas, al no vernos, no podíamos tocarnos y besarnos lo que nos hubiera imposibilitado hablar.  
Nunca fue igual, con nadie más, ni siquiera entre nosotros. Solo un amor kamikaze y una soledad tan angustiosa como la vivida en la adolescencia pueden provocar que dos personas se amen así. Más allá del sentimiento, de lo sexual, de lo racional y de lo emotivo, un amor que solo visita a algunos y cuando lo hace es por una sola vez.
Fue tan grande la fe en nuestra unión que lo logramos, en parte. Lo hicimos, sin medir el riesgo, y por supuesto; las consecuencias y todavía hoy escuchamos dentro, para fortuna o desgracia, ese trocito del otro. Una pequeña parte nuestra se quedo dentro del otro, como pago a tanta generosidad y con la firme intención de amar a esa persona de por vida.
Luego, muchas cosas nos ocurrieron, personas se cruzaron, lagrimas, sonrisas, sexo, amistad, trabajo, éxitos, fracasos y tantas otras. 
Y esa pequeña parte de nosotros que se separo, no entendía nada y se sentía  poco a poco más defraudada, la misión por la que permaneció allí ya no tenía sentido. Tampoco podía salir y buscar su raíz, como el emigrante que al regresar no encuentra todo lo que ha añorado tanto tiempo. 
Se quedo sola, olvidada por su propietari@ y también por su arrendador/a.
Yo,de vez en cuando, la oigo gritar dentro y pedir justicia con la vehemencia que heredo de esos chavales. 
Hoy, me encargo de rodillas, escribir este blog y por una vez no la voy a defraudar.
PD.- Donde estés; un beso fuerte, no como aquellos, pero cargado de cariño y deseos de felicidad.