Para Blanca, mi compañera.
Al despertar, te sentaste al borde de la cama, estabas tan
triste que apenas sentiste como un cosquilleo los suaves golpes en el dorso de
tus píes. Más tarde, en la cocina, después de que se perdiera un rato tu mirada
en la ventana, observaste que la mesa estaba llena de diminutas láminas de cristal.
Creías que no te quedaban lágrimas y aquello te sorprendió, asombrada, vistes
como caían en grupos, brotaban de tus ojos sólidas y casi planeaban hasta
posarse en la mesa. Tu llanto de vidrio duro un buen rato y luego, por no
tirarlas, las agrupaste y guardaste en una vieja cajita de latón. Triste y
sola.
Todo el día llamándote y al llegar a casa, silencio. En la
cocina, sobre la mesa, una pequeña cajita antigua de farmacia. Al sentarme
pensé en ti, no es normal dejar la ventana abierta en el mes de noviembre,
nunca actúas así. El viento sonaba
fuera y la curiosidad me hizo levantar ese objeto con cuidado para ver que
secreto guardaba en su interior. Al girar la tapa una ráfaga de aire empujo
multitud de pequeñas y brillantes estrellas contra mi rostro, que sentí húmedo
al instante. Es difícil explicar lo que ocurrió en ese momento, comencé a
llorar sin salir nada de mis ojos. Creo que viví tu llanto, percibí tantas cosas, tan intensas y diferentes emociones, tan novedosos sentimientos, que entendí que la realidad no es singular y la verdad es una familia
numerosa.