domingo, 14 de octubre de 2012

No es el momento.


Todos los días nos besábamos después de compartir el desayuno y al despedirnos sonaban esas fresas vacías llenas de buenos deseos que no por manidos dejan de ser ciertos.

Más tarde conducía unos cien metros hasta verla esperando en la esquina,  la observaba con el tiempo y la calma que da la lejanía. Nunca miraba antes, ni un gesto de ansiedad o prisa por mi llegada, a su rollo, con sus cosas. Tras pitar, subía al coche y me dedicaba una de sus cegadoras sonrisas para luego  trastear con sus papeles o engancharse con su iphone al mundo virtual.

El tráfico, los semáforos y sobre todo un meticuloso estudio para elegir el carril más lento, me permitían lanzar multitud de miradas a la derecha antes de llegar a destino: la capucha del boli en la boca anotando algo, leyendo, ordenando sus papeles, consultando su agenda en el móvil, siempre preciosa y distante.

Las mañanas se sucedían interminablemente, y aquel ritual basado sobre todo en ignorarme, me convirtió en un espectador apasionado de cada detalle. Era un juego pronosticar cada mueca, cada rictus de su rostro antes de que se produjera. Creo que ya la amaba, convertida en reina de ese mundo de ilusión de veinte minutos al día.

Hoy, 13 de octubre, día de nuestro aniversario, hubo desayuno especial y postre. 

Todo siguió diferente, nada fue habitual esa mañana, parado en el semáforo observe perplejo como ella levanto su vista y sonrió desde la esquina, no conocía ese gesto y quede desconcertado.

No llevaba nada en las manos, no tuve que tocar el claxon, subió al coche y lanzó esa primera sonrisa que tras deslumbrarme dio paso a otra más tranquila y apagada mientras mantenía toda su atención en mi. Me sentí extraño.

Llovía, mucho tráfico y una sensación de inseguridad y prisa me hacía saltar de hueco en hueco para llegar con urgencia. Tuve que parar en la luz roja, la mire, me sonrió con ráfagas y solo alcance a decir torpemente: “no es el momento”.



2 comentarios:

  1. Nos acostumbramos a las cosas como son, y si cambian, aunque parezca que sea a nuestro favor, no nos interesa. Mejor despertar, no crees?
    Un abrazo

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    1. Pues no sé Anita.., no es lo mismo despertar con un bonito amanecer, los pájaros cantando y un susurro de tu amada que escuchando un estruendo que te saque de un salto de la cama.

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